Lo sabemos, en ocasiones los odias, sobre todo si llevas prisa, pero lo cierto es que esa pequeña caja que miras de forma constante y esperas que cambie de color tiene una historia curiosa, y divertida… descúbrela.
Antes de que hubiera autos incluso, el color de los semáforos como los conoces hoy en día nació con los ferrocarriles, los colores se determinaron de acuerdo a la facilidad de poder verse, y es que en la noche, los simples letreros de parar o seguir en negro no se distinguían con facilidad, lo que causaba accidentes en las vías férreas.
Por ello decidieron usar colores relacionados con actividades primarias, en el lejano Londres, donde nació toda la maquinaria de vapor que revolucionaría de forma industrial la forma de ver el mundo.
Tradicionalmente, el ser humano ha asociado el color rojo al peligro así que no es de extrañar que se utilizara en los semáforos para indicar la obligación de detenerse. Por el contrario, el color verde es relajante e indica la ausencia de problemas.
El amarillo simplemente es la transición entre estos dos extremos.
Los semáforos copiaron el código de colores del sistema ferroviario, porque cuentan con un espectro de visibilidad alto y pueden reconocerse con facilidad a larga distancia, además es un sistema conocido a nivel mundial por lo que si transitas en otros países significarán lo mismo.
Además, con estos colores, en la mayoría de los casos de daltonismo es casi imposible confundirlos, por eso se eligieron estos tonos tan familiares.
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